Andréa Vieira das Virtudes:
Psicopedagoga Clínica e Institucional;
Educadora Sistémica por el IDESV – Instituto Desenvolvimento Sistêmico para a Vida – Belo Horizonte-MG – Brasil;
Analista de Gestión Educacional;
Consultora Educacional y Sistémica;
Maestria en Pedagogía Sistémica – CUDEC/México.
A lo largo de mis más de diez años como psicopedagoga, muchas historias pasaron por mi, pero pocas fueron tan impactantes como la de Pedro (nombre ficticio), un niño que, a los 10 años, creía no tener padre.
En 2016, yo había acabado de conocer la Pedagogía Sistémica, un abordaje que cambiaría mi forma de ver y actuar en mis servicios. El caso de Pedro fue una de las primeras experiencias que me mostró cómo las dinámicas familiares ocultas pueden interferir en el desarrollo y aprendizaje de un niño.
Pedro llegó hasta mi diagnosticado con Trastorno de Habilidades Escolares, enfrentando serias dificultades en el proceso de alfabetización. La escuela lo describía como un alumno disperso, que no absorbía el contenido. Sin embargo, al mirar más allá del diagnóstico y de las quejas escolares, percibí que su bloqueo tenía raíces más profundas sobrepasando las cuestiones del aula. De acuerdo con la Pedagogía Sistémica, muchas dificultades escolares pueden estar ligadas a cuestiones familiares no resueltas, donde hay exclusión, ruptura o conflictos entre los padres.
Durante una de las primeras sesiones, hablé con su madre para entender más sobre el entorno familiar. Al principio me contó que Pedro nunca había conocido a su padre. Él había desaparecido tan pronto como se enteró del embarazo, dejándola sola para criar al niño. El dolor y la herida estaban presentes en cada palabra de la madre, quien, aún herida, había decidido no contarle nunca a su hijo quién era su padre. Para Pedro, su realidad era clara: él “no tenía padre”.
A medida que la madre contaba esta historia, quedó claro el peso que llevaba y cuánto esa carga también influía en su hijo. Según la Pedagogía Sistémica, cuando un niño se ve privado de conocer sus raíces o cuando hay una ruptura con alguno de sus padres, esto puede impactar profundamente en su desarrollo. La falta del reconocimiento del padre estaba, en cierto modo, drenando las fuerzas de Pedro para desarrollarse y aprender. Desde la visión sistémica, el niño lleva, en su inconsciente, una conexión natural con ambos padres, y el rechazo o negación de uno de ellos puede crear un bloqueo en su vida.
Con cuidado le expliqué a la madre que, a pesar del dolor que sentía, era esencial reconocer la importancia del padre en la vida de Pedro. Después de todo, fue a través de él que ella se convirtió en madre, y ese es un vínculo que nunca podrá romperse. Hablé de cómo los niños, incluso inconscientemente, aman a sus padres y llevan en sus células la presencia de ellos, y que privar a Pedro de este reconocimiento podría debilitarlo en varios aspectos, incluso en la escuela.
La Pedagogía Sistémica enseña que, independientemente de los fracasos o ausencias, ambos padres son esenciales para la formación de la identidad y la fuerza interior del un niño. Esto está directamente relacionado con el concepto de “pertenencia”, según el cual todos tienen un lugar en la familia y que excluir a cualquier miembro –incluso en el pensamiento– puede desestabilizar el sistema.
Le sugerí a la madre que encontrase un camino para agradecer al padre de Pedro, como el padre correcto que es, independientemente de lo que pasó, pues sólo este padre podría haberle dado este hijo. Este sería el primer paso para que Pedro también pudiera hacerse más fuerte. Según la Pedagogía Sistémica, la reconciliación con el pasado familiar, aunque sólo sea en el corazón, libera la energía necesaria para que el individuo crezca en todos las áreas de su vida.
En las sesiones siguientes propuse una actividad llamada “muñecos de fuerza”, donde cada muñeco representaba al padre, a la madre y al propio Pedro. Le di una hoja de siluetas para que pudiera dibujar los rostros y la ropa de cada persona. Sin embargo, el pequeño aún se resistió y dijo mientras lo coloreaba: “Ese no es mi padre, yo no tengo padre”. La resistencia de Pedro fue una demostración de lealtad al dolor de su madre, aunque desconocía su historia. En Pedagogía Sistémica, es común que los niños sientan y adopten el sufrimiento de uno de los padres como forma de expresar su amor, aunque eso les perjudique.
Con paciencia le expliqué a Pedro que todos nosotros, sin excepción, tenemos un padre y una madre, y que el mayor regalo que ellos nos dieron fue la vida. En seguida, terminamos la actividad de los muñecos colocando a sus padres (papá y mamá) detrás de él y le pedí que colocara sus manos sobre los muñecos de sus padres (mano derecha papá y mano izquierda mamá) y cerrase los ojos. Despacio fui conduciendo una mentalización para que sintiese en su cuerpo la fuerza y el amor de su padre y de su madre en sus células. Le dije que sus padres siempre estarían juntos dentro de él, sin importar lo que hubiese pasado. Este ejercicio, basado en la pedagogía sistémica, ayuda al niño a sentir la fuerza de sus padres de forma simbólica, restableciendo el flujo del amor que muchas veces se ve bloqueado por el resentimiento o el dolor.
A la semana siguiente, la madre vino a verme, sorprendida y un tanto angustiada: el padre de Pedro había reaparecido, después de tantos años, sólo con ganas de conocer a su hijo. Le sugerí que ella permitiese ese encuentro, dejando que Pedro tuviese la oportunidad de descubrir sus raíces. La reconexión con el padre, aunque sea tardía, sería un paso importante en la sanación de las heridas emocionales y en el fortalecimiento personal del niño. En Pedagogía Sistémica, este es un movimiento que muchas veces ocurre cuando se comienza a trabajar las dinámicas familiares y el campo se reorganiza.
Cuando Pedro volvió a la sesión, nada más entrar a la sala, exclamó con alegría: “¡Conocí a mi padre!”. Su rostro era completamente diferente, parecía emocionado por contar la novedad. Lo animé a hablar más sobre el encuentro y le pregunté a quién creía que se parecía más. Él respondió que se parecía más a su madre, pero con un brillo en los ojos, levantó la mano y dijo entusiasmado: “¡Pero mi mano es igual a la de mi padre!”.
Después de este encuentro, algo en Pedro cambió. Él comenzó a progresar rápidamente en la escuela, como si le hubieran quitado un bloqueo. En poco tiempo su desarrollo fue tan significativo que ya no necesitaba mis servicios.
Esta experiencia no solo marcó el comienzo de mi viaje con la Pedagogía Sistémica, sino que también me mostró el poder de reconectar a los niños con sus orígenes. A veces lo que parece ser una simple cuestión de aprendizaje tiene raíces profundas en el corazón de la historia familiar.
Cuando un niño puede honrar sus orígenes, reconociendo el lugar de ambos padres en su vida, él se fortalece y encuentra la energía necesaria para avanzar. El aprendizaje, muchas veces, está profundamente ligado al equilibrio emocional y a las dinámicas familiares. Al restaurar este equilibrio, posibilitamos que el amor fluya libremente y que el niño encuentre la fuerza necesaria para desarrollarse plenamente.
Andréa Virtudes
Consultora Educacional y Sistémica
Cuanta belleza y grandezas en esa reconciliación…
Ahora el niño cuenta con esa fuerza para vivir una vida más liviana y equilibrada..
Que maravilla saber que con personas como tú la humanidad tiene esperanza ..
Te honro y te celebró
Gracias Helena, por tu comentario.